
Son las siete de la mañana. Alejandro Jáuregui Morales empieza un nuevo pero rutinario día en una de las puertas de la Universidad de Lima. Espera a que empiecen a llegar los alumnos y profesores para poder cumplir con su labor. Después de unos minutos, se acercan a la puerta que resguarda dos señoritas que en el camino vienen conversando. Sacan su billetera y de ella, su carné universitario. Antes de que Alejandro pueda concluir el “buenos días” las dos jóvenes ya no están, siguieron con su discusión y ni voltearon a verlo mientras ingresaban. A lo largo de la mañana el hecho se repite por lo menos unas 100 veces. Se siente ignorado pero Alejandro ya se acostumbró, es cosa de todos los días. “Los jóvenes entran y salen, cuando me enseñan su carné ni me miran, ni me saludan, ni me dicen nada. Uno trata de ser amable pero así es pues, los wachimanes parece que somos invisibles.”
A las doce del mediodía una señorita se le acerca muy apurada y le pide que la deje ingresar sin identificación porque se la olvidó en su casa y tiene un examen al que va a llegar tarde. Alejandro se niega, hay cámaras que lo están vigilando. La jovencita insiste pero la respuesta sigue siendo la misma. “Pero ¿no te acuerdas de mí?, todos los días entro por acá”. El vigilante argumenta que no puede permitirle el ingreso, que tendría que ir a la puerta principal. La joven universitaria enfurece y mira con desprecio al trabajador: “Que ineptos que son”. Al fin y al cabo Alejandro sólo cumple con su trabajo. Al parecer muchos de los alumnos de la Universidad de Lima no lo entienden. Los vigilantes no son ni invisibles, ni ineptos. No nos hace menos responderles el saludo ni dejar de gritarles cada vez que se nos olvida el carné.
No hay comentarios:
Publicar un comentario